jueves, 5 de noviembre de 2009

ENTREVISTA: EL ESTUDIO SOBRE EL CEREBRO CAMBIARA LA FORMA DE VER LAS COSAS (FRANCISCO JOSE RUBIA)

Sabemos muy poco del cerebro y lo que vamos descubriendo sobre él día a día no deja de desconcertarnos. Lo último: su capacidad para generar experiencias místicas al estimular determinadas áreas. Algunos investigadores afirman, incluso, que Dios es un producto de nuestra mente. Para profundizar en estas cuestiones, Más Allá ha entrevistado al neurólogo Francisco J. Rubia, autor de varios libros sobre el tema, como "La conexión divina".

A firmaba el neurocientífico Eric Kandel que “el cerebro es el secreto mejor guardado
de la Naturaleza”. Sin embargo, el hombre no cesa en su empeño de descubrir qué esconde ese gran secreto que todos llevamos dentro. Los últimos avances en neurobiología están permitiendo saber con más exactitud cómo funciona y ha evolucionado el cerebro y, sobre todo, están despejando muchas incógnitas sobre su extraordinario producto: la mente humana. Precisamente en ella reside, al menos desde el hombre de Neanderthal, el pensamiento mágico, el sentimiento de lo sagrado, traducido hoy en fe religiosa. Y surge una pregunta crucial: ¿existen en el cerebro humano estructuras capaces de producir la sensación de lo numinoso? A esa cuestión, y a otras muchas, intenta responder una moderna disciplina llamada neuroteología, la neurociencia de lo espiritual. Si la religión apareció en el hombre primitivo como respuesta a una serie de necesidades, tanto intelectuales como emocionales, y a su vez como un mecanismo para contrarrestar el temor que nos produce la muerte, es muy posible entonces que nuestro cerebro esté programado para creer en un dios, idea que cumpliría una función de supervivencia y que ha logrado perdurar hasta nuestros días, a pesar de los avances científicos y el conocimiento que hemos adquirido sobre el Universo y la vida.

Ciencia y creencia


Para profundizar en estas cuestiones, Más Allá ha entrevistado al neurólogo Francisco J. Rubia, autor de varios libros sobre el tema“La predisposición a las creencias religiosas es la fuerza más poderosa y compleja en la mente humana y, con toda probabilidad, una parte inextirpable de la naturaleza humana”, sostiene el biólogo Edward O. Wilson. De ser así, la religiosidad –tan presente en todas las culturas– podría formar parte de la evolución cognitiva, al igual que el lenguaje, las matemáticas o la música, como sugiere el filósofo Matthew Alper en su excelente obra Dios está en el cerebro (2008). En su opinión, “nuestras creencias en conceptos como un dios, un alma y una vida después de la muerte no son más que la manifestación de la forma en que nuestra especie procesa la información e interpreta, por tanto, la realidad. En este caso, Dios no representa un ser absoluto, sino más bien una concepción humana y subjetiva, generada cognitivamente, no un fenómeno divino, sino orgánico (...). Y puesto que ya no es una realidad absoluta, Dios ha quedado reducido simplemente a otra de las percepciones relativas propias de nuestra especie, a la manifestación de un mecanismo de adaptación evolutiva (a un mecanismo de compensación) que tenemos para poder sobrellevar las dificultades de la vida y nuestra conciencia de la muerte”. El asunto puede resultar ofensivo para los más creyentes. Sin embargo, los neurobiólogos que estudian los posibles mecanismos cerebrales potenciadores de las creencias religiosas y las experiencias místicas evitan entrar en discusión y señalan que tales descubrimientos no implican necesariamente la inexistencia de Dios. “El hecho mismo de que existan estas estructuras no dice nada a favor o en contra de la creencia o no en seres sobrenaturales”, advierte prudentemente el neurólogo español Francisco J. Rubia (MÁS ALÁ, 207), autor de La conexión divina Ed. Crítica), obra en la que analiza en profundidad los estudios que se están realizando sobre este fascinante tema. Y con este prestigioso científico hemos querido ponernos en contacto para conocer de primera mano cómo están las cosas actualmente en el campo de la neuroteología, término que, por cierto, no es muy de su agrado. “No me gusta dicha palabra, que implica ya una tendencia deísta. La ciencia no se pronuncia sobre creencias particulares”, me aclara antes de comenzar la entrevista. El doctor Rubia es profesor emérito de Fisiología Humana en la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense, miembro numerario de la Real Academia Nacional de Medicina y vicepresidente de la Academia Europea de Ciencias y Artes. Asimismo, es autor de los libros El cerebro nos engaña (Temas de Hoy),¿Qué sabes de tu cerebro? (Temas de Hoy) y El fantasma de la libertad (Ed. Crítica).

–¿Por qué cree usted que hay personas más proclives que otras a vivir experiencias místicas? ¿Acaso tienen activadas ciertas estructuras cerebrales que otras personas tenemos inhibidas? ¿Qué estructuras serían esas, en caso de que ya estén localizadas?
–El hecho de que determinadas estructuras del sistema límbico, concretamente el hipocampo, el septo y la amígdala, y probablemente la corteza temporal, puedan producir experiencias místicas o espirituales nos indica que la espiritualidad debe ser algo inherente al ser humano. Como todas las facultades mentales, hay personas que tienen más desarrollada una determinada facultad que otras. Por ejemplo, la capacidad de percepción musical varía de una persona a otra. De manera que por eso hay personas más espirituales que otras.

Experiencias místicas y fenómenos paranormales



–¿Guardan relación las estructuras cerebrales potenciadoras de la experiencia mística con el animismo que dio lugar a las religiones?
–No soy especialista en temas antropológicos, pero supongo que el animismo pudo surgir gracias al hecho de que durante el sueño el sujeto puede desplazarse a distancias que el cuerpo nunca podría recorrer en ese espacio de tiempo, por lo que al despertar deduce que otra parte de sí mismo distinta del cuerpo, es decir, el alma, la sombra o su otro yo, es la que recorrió esa distancia. Con respecto al origen de la religión como fenómeno social, que no individual, como espiritualidad, es probable que tenga un origen multifactorial. Como sabemos, la vida de los místicos está salpicada de presuntos fenómenos que suelen ser catalogados de sobrenaturales, aunque podríamos atribuirles una causa parapsicológica, ya que esos mismos fenómenos se repiten fuera del contexto religioso y tienen lugar bajo ciertos estados modificados de conciencia. Preguntamos al doctor Rubia si estamos ante hechos objetivos, reales, o más bien ante alucinaciones, fraudes u otros fenómenos explicables a la luz de la neurociencia. –La inmensa mayoría de los neurocientíficos rechaza hoy el dualismo metafísico o cartesiano que acepta la existencia de un ente inmaterial, llamado alma o mente, que controla el cuerpo y el cerebro –responde convencido–. Por definición, un ente inmaterial no posee energía, y sin energía no puede mover la materia. Por tanto, decir que el alma interacciona con el cerebro, que es materia, es violar las leyes de la termodinámica. Por esa y otras razones, el dualismo metafísico nunca pudo explicar esa interacción que postula. Eso significa que la ciencia no puede pronunciarse sobre los fenómenos llamados “sobrenaturales”. No son hipótesis científicas. Respecto a la parapsicología, la ciencia experimental, basada en el método científico, acepta lo que puede ser repetido en experimentos. Las anécdotas a las que suele referirse la parapsicología no entran en ese campo y, por ello, no son consideradas científicamente demostradas. Por otro lado, he dicho antes que la espiritualidad es probablemente innata al ser humano, pero eso no quiere decir que de ahí se derive necesariamente la fe religiosa. Si es cierto que no existe religión sin espiritualidad, también lo es que existe espiritualidad sin religión. Muchos no creyentes han tenido experiencias espirituales. Así es. Y por eso mismo no deja de llamar la atención que para acceder al estado místico a veces se recurra a técnicas como el ayuno prolongado, la privación sensorial, la meditación o la ingesta de enteógenos. A través de esos medios, el sujeto experimenta visiones subjetivas que modifican su percepción de la realidad, le hacen perder el sentido del espacio y el tiempo y le conducen a estados de felicidad y de conexión cósmica. Por su parte, la gente que ingiere dietilamida de ácido lisérgico, el famoso LSD, asegura que esta droga produce profundos sentimientos de unión con la divinidad, visiones de seres espirituales, etc. “Lo curioso es que estas experiencias son muy similares a las descripciones que se encuentran en los escritos sagrados de las grandes religiones y en los textos místicos de civilizaciones antiguas”, apunta el doctor Rubia

–¿Supone eso una prueba de las bases neurobiológicas de la experiencia mística?
- El hecho de que sea tan difícil activar las estructuras cerebrales que producen experiencias espirituales nos está indicando que, en condiciones normales, esas estructuras están inhibidas, probablemente por aquellas otras que son la base de nuestra actividad lógico-analítica. Por eso es necesario superar esa inhibición, lo que se consigue con técnicas activas, como la danza o la estimulación sensorial extrema, o con técnicas pasivas, como la meditación o el aislamiento sensorial. También se han referido experiencias místicas espontáneas en personas especialmente sensibles a ellas, como en los casos de muerte de un ser querido. Los efectos de la ingesta de enteógenos, que interfieren en la neuroquímica cerebral, también son una indicación de su base neurobiológica, así como las experiencias cercanas a la muerte, que por anoxia probable de células inhibitorias son capaces de producir síntomas parecidos a los de la experiencia mística. Y no hay que olvidar la epilepsia del lóbulo temporal, ya que al activar estas estructuras también se pueden originar experiencias espirituales.

–¿En qué benefician al ser humano estas estructuras cerebrales implicadas en la potenciación de las experiencias místicas? ¿Sirven para amortiguar la angustia que nos produce la muerte?
–No hay unanimidad en las hipótesis que se han planteado respecto al valor de supervivencia que puedan tener estas estructuras desde el punto de vista evolutivo. La disminución de la angustia ante catástrofes naturales o ante la muerte es una de ellas. También se ha postulado que, en el caso de la religión, podría servir para la cohesión del grupo. No obstante, ya el escritor británico Aldous Huxley, que tuvo experiencias místicas por la ingesta de mescalina, se preguntaba cómo era posible que hubiésemos conservado experiencias místicas que aíslan más que contribuyen a la comunicación con otros seres humanos. Sin embargo, es muy plausible que estas experiencias místicas, que han tenido prácticamente todos los fundadores de religiones, hayan servido para convencer a sus adeptos de la importancia de la religión. –¿Qué le parecen las investigaciones del doctor Michael Persinger sobre la estimulación eléctrica del lóbulo temporal, a la que antes aludía usted, que provoca sensaciones similares a las de los estados místicos y la proyección extracorpórea? ¿Ofrecen respuestas concluyentes? –Esas investigaciones son las que han despertado el interés por el estudio, con métodos científicos, de las experiencias espirituales, místicas y religiosas. Como he dicho antes, suponen una indicación de la existencia de estructuras en ese lóbulo temporal que son capaces de generar las experiencias espirituales. Hay otros científicos que han mostrado que la estimulación de estructuras límbicas también puede producir la proyección extracorpórea, algo que se da en las experiencias cercanas a la muerte.

Espiritualidad y religión


–Entonces, si el hombre está predispuesto por razones neurobiológicas a las creencias religiosas, ¿cómo se explican el creciente agnosticismo y el ateísmo? ¿Acaso la adquisición de conocimientos científicos o un mayor uso de las capacidades lógico analíticas del hemisferio izquierdo del cerebro inhiben las estructuras cerebrales implícitas en la gestación del sentimiento religioso?
–A mi entender, existe una predisposición genética para las experiencias espirituales, pero no puedo decir lo mismo de las experiencias religiosas. Repito que espiritualidad y religión no son lo mismo. Se puede ser espiritual y a su vez ateo o agnóstico. El origen de la religión, he expresado en otro lugar, es probablemente multifactorial, aunque se base en las experiencias espirituales de sus fundadores. Lo único que puede hacer el conocimiento científico es explicar los mecanismos que llevan a estas experiencias. Los datos científicos pueden ser utilizados por el creyente y por el no creyente para confirmar tanto sus creencias como sus no creencias. Pero lo que sin duda es cierto es lo que dice Salvador Pániker: “Solo en un espacio laico tienden a esfumarse los ídolos y las teologías de bisutería”.

–¿Nos quedan aún muchas cosas por conocer del cerebro humano?
–Sin duda. El cerebro sigue siendo un órgano en gran medida desconocido. Es lógico que al ser considerado la sede de las funciones mentales, o del alma en el pasado, siempre haya habido un respeto reverencial hacia él. Pero también juega un papel su enorme complejidad y la imposibilidad ética de trabajar de manera experimental con él, dificultad que ahora, en parte, se supera con la aplicación incruenta de las modernas técnicas de imagen cerebral. No solo nos queda mucho por saber, sino que lo que poco a poco estamos desvelando parece que nos conduce a una auténtica revolución que va a cambiar la imagen, generalmente falsa, que tenemos de nosotros mismos y del mundo que nos rodea. Si el sentimiento religioso descansa sobre bases neurobiológicas y tiene su sede en el sistema límbico, responsable de las emociones y los afectos, y cuya estimulación produce los síntomas característicos de los éxtasis místicos, la gran incógnita es saber por qué razones existen en nuestro cerebro estructuras que posibilitan las experiencias trascendentes. Y confirmar si realmente la Naturaleza nos dotó de tales estructuras para frenar la angustia existencial y la ansiedad que produce en el ser humano ser consciente de su propia muerte, siendo entonces la fe en lo sobrenatural un instinto que hemos heredado genéticamente. “El resultado de estas investigaciones me parece de una enorme trascendencia”, subraya el doctor Rubia. Y es que estaríamos descubriendo nuevos aspectos de la compleja naturaleza humana. ¿Es, pues, la divinidad un mero producto cognitivo de nuestro cerebro? En ese caso, el antiguo axioma griego “Hombre, conócete a ti mismo y conocerás el Universo y los dioses” no iba mal encaminado.


¿Qué ventajas ha tenido para el ser humano creer en una realidad trascendente? Según el filósofo Matthew Alper, “si la conciencia espiritual no hubiera aumentado de algún modo las probabilidades de supervivencia de nuestra especie, simplemente no la hubiéramos desarrollado”. Cuando el hombre fue consciente de que la muerte es un hecho inevitable, la ansiedad se instaló en su interior. ¿Qué sentido tiene vivir si finalmente vamos a desaparecer?, se preguntó. De alguna manera, ese gran dolor existencial –que pudo haber tenido consecuencias desastrosas para nuestra evolución como especie– tenía que ser mitigado. Y surgió la conciencia religiosa. Nuestro cerebro desarrolló una facultad cognitiva “espiritual” que nos hizo sentirnos poseedores de un alma inmortal. Así, la creencia en un mundo sobrenatural, regido por un dios protector, permitió que nuestra existencia no fuera tan angustiosa. Fue, sin duda, un mecanismo de defensa que se perpetuó en todas las culturas humanas. “La religión es una defensa natural contra el conocimiento que tiene el hombre de que debe morir”, asegura el psicólogo Mortimor Ostow

El hombre primitivo vivía en permanente contacto con lo sagrado. Su mente no distinguía entre los ensueños y el estado de vigilia. Percibía la Naturaleza como si estuviese animada por fuerzas sobrenaturales. El animismo lo impregnaba todo y su mentalidad arcaica se relacionaba con todo de manera mística: con los animales, con las plantas, con las rocas... Es la participation mystique a la que se refería el gran antropólogo francés Lucien Lévy-Bruhl. Ejemplo de ello son los dibujos de figuras teriantrópicas (mitad hombre, mitad animal) que aparecen en ciertas cuevas paleolíticas, como la de Les Trois Frères, ubicada en los Pirineos franceses, con una antigüedad superior a los 15.000 años. En aquel ambiente surgió el chamanismo, la manifestación religiosa más antigua que conocemos. El chamán entraba en éxtasis y accedía a otra realidad distinta de la cotidiana. “Nosotros partimos del hecho de que en determinadas circunstancias históricas el ser humano vivía en esa segunda realidad con mucha más frecuencia que en nuestras civilizaciones avanzadas”, afirma el doctor Francisco J. Rubia. De ello se deduce que el hombre primitivo empleaba con más frecuencia el cerebro emocional –el sistema límbico, ubicado principalmente en el hemisferio derecho del cerebro–. Por el contrario, el hombre moderno ha desarrollado más el pensamiento lógico-analítico, localizado en el hemisferio izquierdo, que inhibe, aunque no anula, porque son imprescindibles, las funciones del primero. Es más, según el doctor Rubia, entre la lógica del pensamiento religioso y la lógica del pensamiento científico no hay un abismo, pues ambos están hechos de los mismos elementos esenciales, pero con diferentes grados de desarrollo. El antropólogo Remo Cantoni señala a este respecto que “no solo el pensamiento mítico penetra continuamente en el pensamiento científico y racional, y el pensamiento racional confiere forma teórica al mito, sino que, en definitiva, ambas visiones nos dan, por una parte, el universo seco y escuálido de las relaciones matemáticas y, por otra, el universo irresponsable de la emoción y la fantasía”. En ese sentido, cuando soñamos accedemos a esa otra realidad interna en la que habitualmente se manejaba el hombre arcaico. Entonces las inhibiciones desaparecen, lo que nos permite experimentar una especie de unión mística con el mundo. “Así como el hombre ahora razona en sueños, así también razonaba la humanidad hace muchos miles de años cuando estaba despierta”,
proclamaba Nietzsche.

Si las experiencias de éxtasis pueden inducirse mediante la ingestión de drogas psicodélicas, que provocan la estimulación de ciertas estructuras cerebrales, no podemos negar su base neurobiológica. Aunque, todo hay que decirlo, el efecto de este tipo de drogas es más limitado y artificial que el que se obtiene a través del éxtasis místico. “El uso de drogas en rituales religiosos con objeto de acceder a estados alterados de conciencia es probablemente tan antiguo como la misma humanidad”, afirma el doctor Francisco J. Rubia. El etnobotánico Terence McKenna sugiere que hace un millón de años los homínidos ya consumían hongos alucinógenos que contienen psilocibina, que pudo ser uno de los factores químicos de la dieta de aquellos hombres primitivos en los que surgió la conciencia humana. Más allá van los estudios de Gordon Wasson, considerado el padre de la disciplina conocida como etnomicología, quien en su libro The road to Eleusis (El camino a Eleusis) considera que los hongos alucinógenos son el factor desencadenante de la espiritualidad en los humanos conscientes, así como la génesis de la religión. Por su parte, Mircea Eliade, experto en la historia de las religiones, cita al respecto un texto de los Vedas que dice: “Hemos bebido el soma, ya somos inmortales. Hemos conseguido la luz y hemos encontrado a los dioses”. Según algunos investigadores, es muy posible que el “soma” se obtuviera de plantas alucinógenas como el hongo Amanita muscaria. “Todas estas sustancias –señala el doctor Rubia en La conexión divina– pueden actuar de forma parecida a un neurotransmisor existente en el cerebro y en otras partes del organismo, la serotonina, que, dependiendo del receptor con el que reaccione, puede tener un efecto facilitador (excitador) o inhibidor de funciones mentales”.


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