jueves, 20 de agosto de 2009

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jueves 20 Agosto 2009
Jueves de la Vigésima semana del Tiempo Ordinario

San Bernardo



Leer el comentario del Evangelio por
San Agustín : El traje de bodas

Lecturas

Jueces 11,29-39.
El espíritu del Señor descendió sobre Jefté, y este recorrió Galaad y
Manasés, pasó por Mispá de Galaad y desde allí avanzó hasta el país de los
amonitas.
Entonces hizo al Señor el siguiente voto: "Si entregas a los amonitas en
mis manos,
el primero que salga de la puerta de mi casa a recibirme, cuando yo vuelva
victorioso, pertenecerá al Señor y lo ofreceré en holocausto".
Luego atacó a los amonitas, y el Señor los entregó en sus manos.
Jefté los derrotó, desde Aroer hasta cerca de Minit - eran en total veinte
ciudades - y hasta Abel Queramím. Les infligió una gran derrota, y así los
amonitas quedaron sometidos a los israelitas.
Cuando Jefté regresó a su casa, en Mispá, le salió al encuentro su hija,
bailando al son de panderetas. Era su única hija; fuera de ella, Jefté no
tenía hijos ni hijas.
Al verla, rasgó sus vestiduras y exclamó: "¡Hija mía, me has destrozado!
¿Tenías que ser tú la causa de mi desgracia? Yo hice una promesa al Señor,
y ahora no puedo retractarme".
Ella le respondió: "Padre, si has prometido algo al Señor, tienes que hacer
conmigo lo que prometiste, ya que el Señor te ha permitido vengarte de tus
enemigos, los amonitas".
Después añadió: "Sólo te pido un favor: dame un plazo de dos meses para ir
por las montañas a llorar con mis amigas por no haber tenido hijos".
Su padre le respondió: "Puedes hacerlo". Ella se fue a las montañas con sus
amigas, y se lamentó por haber quedado virgen.
Al cabo de los dos meses regresó, y su padre cumplió con ella el voto que
había hecho. La joven no había tenido relaciones con ningún hombre. De allí
procede una costumbre, que se hizo común en Israel:


Salmo 40,5.7-8.9.10.
¡Feliz el que pone en el Señor toda su confianza, y no se vuelve hacia los
rebeldes que se extravían tras la mentira!
Tú no quisiste víctima ni oblación; pero me diste un oído atento; no
pediste holocaustos ni sacrificios,
entonces dije: "Aquí estoy.
En el libro de la Ley está escrito lo que tengo que hacer: yo amo, Dios
mío, tu voluntad, y tu ley está en mi corazón".
Proclamé gozosamente tu justicia en la gran asamblea; no, no mantuve
cerrados mis labios, tú lo sabes, Señor.


Mateo 22,1-14.
Jesús les habló otra vez en parábolas, diciendo:
"El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba las bodas de su
hijo.
Envió entonces a sus servidores para avisar a los invitados, pero estos se
negaron a ir.
De nuevo envió a otros servidores con el encargo de decir a los invitados:
'Mi banquete está preparado; ya han sido matados mis terneros y mis mejores
animales, y todo está a punto: Vengan a las bodas'.
Pero ellos no tuvieron en cuenta la invitación, y se fueron, uno a su
campo, otro a su negocio;
y los demás se apoderaron de los servidores, los maltrataron y los mataron.

Al enterarse, el rey se indignó y envió a sus tropas para que acabaran con
aquellos homicidas e incendiaran su ciudad.
Luego dijo a sus servidores: 'El banquete nupcial está preparado, pero los
invitados no eran dignos de él.
Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren'.
Los servidores salieron a los caminos y reunieron a todos los que
encontraron, buenos y malos, y la sala nupcial se llenó de convidados.
Cuando el rey entró para ver a los comensales, encontró a un hombre que no
tenía el traje de fiesta.
'Amigo, le dijo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta?'. El otro
permaneció en silencio.
Entonces el rey dijo a los guardias: 'Atenlo de pies y manos, y arrójenlo
afuera, a las tinieblas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes'.
Porque muchos son llamados, pero pocos son elegidos".


Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.

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