martes, 25 de agosto de 2009

INTRODUCCION A LA CONCIENCIA

La historia nos enseña que ningún cambio trascendente proviene de las cúpulas, sino de las bases. Unas bases doloridas, sensibles y despiertas que siempre han ido por delante de las raíces atávicas que han mantenido –hasta el presente- unido al ser humano al mito. Entendemos por mito al conjunto de creencias e imágenes que se forman alrededor de un personaje o fenómeno y le convierten en modelo o prototipo. Y aunque podría parecer que no es así, el mito campa a sus anchas en nuestra cultura global, más allá del espacio religioso.

Estoy firmemente seguro que la voz de un experto confirmaría que la propensión humana al mito (ya sea en la política, ciencia, cultura, religión, etc) se debe a la inmadurez en la que invariablemente hemos estado sumidos. Podríamos decir que todo ello es producto de nuestro analfabetismo espiritual, a la ausencia de una cultura espiritual sobre nosotros mismos.

Ese analfabetismo espiritual es generado desde la pereza del ser humano (entretenido en otros quehaceres inmediatos, precisamente originados –en la mayoría de las ocasiones- por su inmadurez), y por la inteligente acción del quienes crean religiones grupales en las que el ser humano siempre tiene una posición desventajosa.

Será, pues, fácil de comprender que si en las cuestiones más elementales (quién soy y qué hago aquí, cuál es mi relación con el creador/a, etc) existe una perversa falta de instrucción que estimule a la formulación de todo tipo de cuestiones, en el resto de ámbitos cotidianos, el proceder es –desgraciadamente- muy similar. En definitiva, no crecemos educados para cuestionar, para subvertir, sino para acoplarnos a lo establecido, para acatar y aceptar respuestas que se confeccionaron por las manos y las voces de quienes recibieron la bendición del poder.

Los tiempos de la humanidad pueden ser cambiantes e ir ‘quemando’ etapas, pero el hecho mitológico permanece con insistencia. A veces disfrazado de admiración a un personaje (no solamente del mundo de espectáculo), de apoyo a una causa injustificable, de participación en una sangrienta tradición, en un ritual religioso de sumisión. Más sofisticadamente, en los salones donde se mezcla el dinero con la geoestrategia, la tecnología, la salud, el cosmos, el mito adquiere otro disfraz, y se viste de impecable señor que pocos se atreven a contradecir, so pena de ser calificados de desleales, locos, etc.

El poder nunca ha sido generoso, ni flexible a las exigencias de los tiempos críticos, y las bases que son la avanzadilla lo saben. Bases que -no obstante-, dadas las características especiales del momento histórico en el que nos encontramos, parecen no haber entendido bien que su proceso de criticismo hacia el sistema debe comenzar por un reflexivo cuestionamiento del procedimiento crítico que aplican.

Y deben serlo porque esos procedimientos, no pocas veces, son articulados de manera irreflexiva, viciados por la cultura residual de tantos y tantos años de condicionamiento por parte del mito:

*Si aparece una nueva ciencia que trata de abarcar otras y unificar campos que expliquen fenómenos de diversa naturaleza, ésta es tachada de engaño.

*Si se habla de inteligencia no-humana se responde con una mueca burlona y se descarta toda seriedad en la investigación. En otros casos, cuando el fenómeno de inteligencia extraterrestre ya ha sido asimilado, la respuesta inmediata es acusar de connivencia con los enemigos del género humano.

*Cuando se pone en duda algún dogma religioso, el que cuestiona es calificado como anticlerical trasnochado. Si es en el terreno político y se recela de las versiones oficiales, entonces habrá que aceptar que se nos acuse de defender el islamismo radical…

En definitiva, todo intento por conmocionar, por agitar la perspectiva asentada de la realidad, es contestado desde un irracional prejuicio.

Todas esas respuestas ‘rebote’ (inmediatas, reactivas, imprudentes) no son sino pobres reacciones emocionales defensivas del orden establecido, que toman forma en contenidos intelectuales endebles, de resistencia al conocimiento. Es, ni más ni menos, que una acción de blindaje por parte del propio sistema, que tiene en todos sus individuos (mientras no se realice un descondicionamiento), su mejor defensa.

Por desgracia, para los fieles creyentes en los dogmas académicos, de la curia, de la retórica política, la verdad es indomable y no consiente que se la encajone por mucho tiempo.

Y la verdad tomó forma de conciencia individual, con aspiraciones globales. Una conciencia eternamente soltera e independiente. Una conciencia que empuja al individuo a emprender el camino de la introspección, donde puedan ser detectados esos fantasmas de analfabetismo que nos llevan a condenar todo intento por romper los grilletes del inmovilismo, la ignorancia. Porque el propósito de la conciencia no es rendir pleitesía a otros, sino defender la causa de la evolución del hombre y la mujer. No hay más.

Una conciencia que espanta el miedo al futuro, que discierne, que desea que el ser humano sea reflexivo antes de proceder. Conciencia no entiende de rivalidades, ni de perezas. Mucho menos de complacencia con los parámetros cómodamente establecidos. Me gusta describir a Conciencia, así, con mayúsculas, como una señora de cabello cano imposible de engañar, inconformista. Sí, lo quiere todo. Todo lo que le pertenece, que es todo. Porque la materia ya ha experimentado por sí sola que, sustituyendo a la noble señora por el mito incuestionable (en todas sus variadas formas), progreso, lo que se dice progreso, no habrá.

Conciencia propone que el ser humano deje de mirarse su carnal ombligo, y que considere el lugar que quiere ocupar en toda la creación. Y que ocupe ese lugar con completa responsabilidad. Desea que recupere la capacidad de observación, mutilada por años de soberanía cedida en que otros observaban por nosotros. Ella quiere que dejemos que pervertir el lenguaje, pues somos víctima suya.

Aspira, Conciencia, a que dinamitemos la mal llamada ‘realidad’, y que hagamos conjeturas serias sobre los escenarios confluentes que tenemos por delante:

1-Un planeta en crisis. El término ‘crisis’, aunque le hayamos añadido un halo emocional negativo, es cambio y oportunidad. Y vistas las condiciones en las que la humanidad se ha desenvuelto en los últimos milenios, toda crisis debiera ser bienvenida. En definitiva, un sistema cuyo guión parece agotado.

2-Un innegable incremento de la actividad relacionada con el fenómeno de la inteligencia no-humana y sus objetos volantes.

3-La entrada en un ciclo cósmico –al menos a niveles galácticos- que se acaba expresando directamente en la materia terrestre y humana. Sus consecuencias las llevamos experimentando desde hace unos años, puede que incluso -a niveles sutiles- en el surgimiento de la conciencia.

Todos estos elementos –que no son poca cosa- son motivos más que suficientes para partir de una premisa: olvidamos que aprender no es cosa de la escuela, sino de toda la vida. Aprender a aprender significa no partir desde la hostilidad, ni desde la apatía o el conformismo. Aprender, como nunca antes necesario, es observar -desde la soltería cultural- con extremo detenimiento; aprender es vivir.

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